Como cada año, Jeep organiza un evento en donde sus clientes y algunos medios afortunados tienen la oportunidad de disfrutar de toda una aventura al estilo de la marca, este año fue nuestro turno y se desarrolló en el estado de Colorado, Estados Unidos, justo en medio del territorio de la “fiebre del oro” y el “boom de la plata”.
Tuvimos que tomar tres vuelos saliendo desde la Ciudad de México, pero tras 12 horas de camino y cuatro aeropuertos, finalmente llegamos al pueblo de Durango, Colorado. Ahí llegamos al “Strater Hotel” que este año celebra su 125 aniversario. Decorado como si el tiempo nunca hubiera pasado, los detalles del lobby y el bar estilo cantina –Saloon- con las meseras vestidas como de la época, es imposible no sentirte en una película del medio oeste –algo que después viviríamos más de cerca con un duelo que llevaron a cabo unos actores en medio de la cantina.
Aquí dio inicio nuestra aventura Jeep, aunque todavía no habíamos manejado uno. A la mañana siguiente, a las 7:30 de la madrugada –estábamos bastante cansados después del largo viaje- caminamos a la estación de tren donde una locomotora de vapor construida en 1923 nos llevaría al pueblo de Silverton, atravesando montañas y precipicios que parecían interminables a lo largo del Río de las Animas –antes llamado Río de las Ánimas Perdidas.
En el tren, disfrutamos del cómodo vagón de primera clase, aunque resultaba imposible no distraerse con los asombrosos paisajes que se perfilaban a lo largo de los 72Km que separan Durango y Silverton.
La locomotora, impulsada por vapor que se calienta con carbón, tiene que realizar cinco paradas para repostar agua, estas breves pausas nos permitieron percibir el silencio de la montaña y darnos cuenta de que fuera de las personas en el tren –y alguno que otro excursionista loco- estábamos solos en medio de la sierra.
Una vez llegados a nuestro destino, tuvimos tiempo de un rápido refrigerio, hacer una visita al baño y escoger nuestro Jeep. Nuestro entusiasmo nos hizo elegir un Jeep Unlimited (cuatro puertas) color rojo, el cual manejaríamos por cinco horas por caminos entre las montañas y por decenas de pueblos fantasmas hasta alcanzar los 3,929msnmm.
Para salir de Silverton, utilizamos el camino pavimentado, pero de repente el auto guía giró a la derecha sobre un sendero de tierra y no volvimos a ver carretera hasta el día siguiente. El camino que parecía más que improvisado, poco a poco se adentró en las montañas y llegamos a “Imogene Pass”, uno de los puntos más altos en los que se puede manejar en Estados Unidos y desde donde se aprecia todo el conjunto montañoso de la región.
Una vez más los paisajes nos dejaron sin aliento y aunque los caminos estaban perfectamente marcados por el sistema de navegación (curioso que estos caminos estén marcados pero varias calles de nuestra capital no lo estén con otros sistemas), sólo en un verdadero 4x4 podríamos haber llegado hasta allá, nuestro Jeep nunca sufrió en lo absoluto. Con sólo seleccionar el modo de 4x4 low (caja reductora), la potencia del V6 parecía interminable sin importar la pendiente, y en las bajadas nos servía para no fatigar los frenos y calentarlos.
Después de un impresionante tour de inspiración para los cuadros felices del difunto pintor Bob Ross, llegamos al anochecer al Camp Jeep donde pasaríamos la noche. Algunos tuvieron oportunidad de dormir en los campers diseñados por Jeep -que lucen como la parte trasera de un Wrangler (accesorio que vende Mopar)- y otros como nosotros, en las tiendas de campaña de la marca, eso sí con una cama elevada y bolsas de agua caliente para mantenernos en temperatura por la noche. Todo esto no sin antes haber disfrutado de una comida estilo “Cowboy” con gruesos cortes de carne al carbón, costillas BBQ, elotes dulces y brownies de chocolate. Para terminar, tomamos unos cuantos tequilas en representación a nuestro país al calor de la fogata y fuimos a descansar.
A la mañana siguiente, tomamos un rápido desayuno para salir temprano del campamento y de nuevo tomar los Jeeps, aunque ahora decidimos cambiar nuestro Unlimited por una Grand Cherokee de seis cilindros (sorprendentemente capaz a pesar del pequeño motor y el gran peso de la camioneta). Gracias a la suspensión neumática, nuestro recorrido fue más cómodo que con el Wrangler Unlimited a pesar de que en esta ocasión sí tuvimos que sortear obstáculos más demandantes como ríos, piedras y subidas más pronunciadas.
Además de los caminos sinuosos de terracería, utilizamos un tramo de la “Million Dollar Highway” la cual fue descrita por National Geographic como una de las doce mejores carreteras de montaña para manejar, atravesando cañones y pueblos que aparecían de repente a los pies de las colinas.
De nuevo los paisajes no dejaron de asombrarnos y a la mitad del día, finalmente observamos a lo lejos nuestro destino final, el pueblo de Telluride que en invierno se convierte en uno de los mejores resorts para esquiar en el estado.
Una vez en Telluride y tras habernos dado un baño (después de más de 24 horas) en el Hotel Madeline, entregamos nuestra Grand Cherokee, un triste momento de no ser por que Jeep aún nos guardaba una sorpresa, el poder manejar una serie de vehículos únicos creados por Mopar y su división de personalización con el único propósito de ver hasta dónde se puede llevar la modificación de un Jeep. Ahí encontramos vehículos como un Jeep Willis de 1971 con el exterior completamente original pero una mecánica de un Wrangler 2004, un Wrangler pickup (que ahora ya se puede hacer la conversión gracias a Mopar partiendo de un Unlimited), el Mighty F+C que aunque también está basado en un Wrangler más bien parece una cruza entre camión de carga y un monster truck y otro Wrangler de dos puertas al cual le adaptaron el motor V8 de 6.4L. Tuvimos oportunidad de manejarlos todos, pero el que más nos llenó de satisfacción fue el Willis pues por un lado tiene todo lo retro de la carrocería e interior pero la confiabilidad de una mecánica moderna.
En la tarde, paseamos por el pueblo de Telluride, que es famoso entre otras cosas por tener el primer banco que Butch Cassidy asaltó en 1889. Para llegar del hotel al pueblo, es necesario utilizar el sistema de góndolas por cable –mejor conocidos como teleféricos- que te llevan a la parte más alta (donde también salen todas las pistas de esquí) y después bajan al pueblo. Finalmente, en la noche disfrutamos de una cena en el mejor restaurante del Telluride, “La Marmotte” a escasas dos cuadras de la estación del teleférico.
Nuestra experiencia Jeep terminó al siguiente día pero nos quedamos con la grata satisfacción de haber recorrido una buena parte del estado de Colorado por caminos no pavimentados, algo que solamente se puede hacer en un vehículo como Jeep. Lo más importante es que pudimos disfrutar de unos impresionantes paisajes, lugares increíbles llenos de historia con personas que ahora podemos llamar amigos. Cuando estas cosas suceden, es que entiendes cómo la marca Jeep ha ganado tanta popularidad, no sólo se trata de entregar un producto capaz sino de toda la experiencia que conlleva y el convivio con personas con las mismas afinidades. La parte de los accesorios y excentricidades que puedes hacer con Mopar, sólo sirven para llevar al siguiente nivel tu vehículo, pero así como sale de fábrica es más que suficiente para divertirte a lo grande.