En la película El Chofer y la señora Daisy (Driving Miss Daisy) de 1990, ganadora de cuatro premios Oscar, entre ellos mejor película y mejor actriz para Jessica Tandy, la señora Daisy se ve forzada a aceptar el chofer que su hijo le impone luego de tener otro choque menor al conducir su automóvil. A regañadientes ella acepta que alguien más maneje su auto, algo que es parte del proceso de percepción del propio envejecimiento, tan natural como doloroso. Siempre se ha dicho, y con razón, que el cuerpo envejece mas no la mente. Sí, vamos poco a poco entendiendo que, si llegamos a los 30 y no somos campeones olímpicos de atletismo, ya no lo seremos en el futuro. Si a los 40 ya no logramos cumplir ese sueño de ser traductor en la Organización de las Naciones Unidas, difícilmente podremos serlo. La decadencia física es difícil de ser aceptada. El que ya no podamos correr de la misma manera, que no tengamos los reflejos que antes teníamos para detener penales en las cascaritas o que una determinada comida ya no la podamos digerir tan fácilmente, son cosas a las que vamos acostumbrándonos. Pero el momento de renunciar al volante es más difícil, al igual que es extremadamente complicado decir a nuestros padres que ya no deben hacerlo. Pero hay formas.
Lo primero que debemos observar, según los institutos que se dedican a estudiar el tema de los adultos mayores al volante, como My Health, de Alberta en Canadá o EverydayHealth.com, es un listado de enfermedades que pueden dificultar la conducción de un automóvil sea por la enfermedad en sí o por las medicinas utilizadas para su tratamiento. Esas pueden ser demencia, Alzheimer, Parkinson, artritis o cualquiera que requiera medicamentos que alteren nuestro nivel de alerta y capacidad de reacción.
Es fundamental también observar el comportamiento del adulto mayor al volante. Si se para en el semáforo con luz verde, si otros conductores le empiezan a tocar el claxon sin razón aparente, si le cuesta algo de trabajo entender las señales de tráfico, esa son señales de que esa persona debería al menos restringir su manejo a zonas cercanas a su domicilio y evitando vías rápidas.
Cómo decirlo a tus padres
Otros puntos clave son la pérdida de la visión, de la audición o de los reflejos. Estadísticamente, los conductores de más de 70 años de edad tienen tanta posibilidad de sufrir un accidente como alguien de menos de 25, es decir, toda la prudencia y experiencia que obtuvo como piloto desaparece ante la falta de capacidad de su cuerpo de responder de la misma manera.
Conducir un automóvil ha sido durante mucho tiempo un ejercicio de independencia. Perder la capacidad de hacerlo es para muchos renunciar a su libertad personal. Para algunos es una cuestión de ego. Ellos piensan que son superiores a los demás y que su cuerpo no les va a fallar como les falla a otros. Obvia y desafortunadamente, no tienen la razón. Es cuando toca a los hijos la dura tarea de hacerlos saber.
Los hijos necesitan entender que dejar de conducir para sus padres representa un cambio drástico, implica una nueva rutina, no ir a donde siempre fueron a la hora que se les antoja ir. Aunque ellos íntimamente sepan que ya no deberían manejar, es difícil aceptarlo. Los hijos deben tratar el tema con cuidado y se recomienda evitar una reunión familiar para tratar el tema, porque los hará sentir como en una sala de acusación. El acercamiento ideal es a través de una persona de confianza, con mucho tacto y paciencia.
Se recomienda un plan a mediano plazo, no una acción radical estilo: “Papi, a partir de mañana te vamos a poner un chofer”. Hay que darles tiempo para procesar la idea, mostrar que seguir conduciendo puede representar un peligro para ellos y para otros. En el menos grave de los casos, más multas y choques menores. Eventualmente, ellos deben terminar aceptando.
Sin embargo, es también importante recordar que no hay una edad límite para conducir un automóvil. Mientras la visión, audición y reflejos sigan dentro de los parámetros normales, una persona de la tercera edad puede seguir manejando. Pero si ya hay señales distintas, como por ejemplo que el sujeto en cuestión ya no entiende a las demás personas a la primera o siente que no ve tan bien de noche como antes, es mejor renunciar al volante y ser feliz de otra forma.