Termino de cerrar mi chamarra. Mientras tú haces una última revisión en las alforjas para asegurarte de que llevamos los impermeables. Me pongo los guantes, el casco. Enciendes la moto y comienza a rugir, sé que al igual que yo, escucharla te hace sentir la sangre moviéndose por las venas. Sabemos que ese primer sonido es el preámbulo de una nueva historia. Haces un par de movimientos y volteas a verme dándome la señal para montar. Me apoyo en tu hombro y subo a la moto. La emoción hace que mi estómago se contraiga; la sensación me regresa en el tiempo. Mi primer viaje en motocicleta a tu lado en el que nos reencontramos y nos reafirmamos ser parte del otro.
El grupo ya se encuentra en el punto de reunión; saludamos a los amigos y abrazamos a los que ya son entrañables, de la familia. Nos sabemos unidos, confiamos en ellos y estamos dispuestos a coincidir en más cosas que sólo el camino. Entre risas y gestos de solidaridad, partimos juntos hacia nuestro destino. Dejamos atrás el trabajo, la rutina, los enojos y la ciudad.
El camino se abre a nosotros, nos regala sus días, unos con lluvia y otros con sol. A ratos recargo un poco mi cuerpo en el tuyo, me siento segura y llena de confianza en ti y en el camino. Acaricio con la mirada tu espalda, tus manos ágiles y decididas que toman un nuevo camino como si lo hubieras recorrido cien veces. Disfruto el paisaje y volteo al cielo agradeciendo sentir el aire por completo en mi cara. Regreso y pongo atención a la carretera, veo que nuestros hermanos del camino vengan bien, vigilo que a nuestro alrededor no haya nada extraño que te distraiga, tomo algunas fotos que sé que al verlas, sentiré lo mismo que en este momento, toco tus hombros y te acaricio la espalda, es mi forma de decirte que estoy aquí, contigo, sin importar el destino ni cuánto tiempo nos tome llegar.
Nos acercamos a la caseta y saco el dinero del peaje. Aprovechamos ese instante para intercambiar miradas, preguntarnos cómo estamos. Yo río, me siento feliz y completamente tuya. Ambos compartimos un mismo rumbo, una misma pasión. Para cuando volvemos a avanzar, el camino ya es nuestro, nos pertenece.
Orgullosa abrazo tu espalda, te veo conducir la moto, poderoso, masculino. Y recuerdo cómo nos vemos cuando pasamos al lado de un edificio de cristal: hermosos, perfectos… Juntos.
El camino nos pertenece, con sus árboles, sus montañas, el olor a tierra mojada que inunda mi nariz, el aire que por momentos se torna rabioso y después tierno. Me relajo y disfruto entregarme a ti, a tu capacidad como piloto esquivando ahora un bache, después una roca, bajando la velocidad al entrar en una curva y acelerar en medio de ella. Dejo a mi mente divagar y termino preguntándome por qué en la cotidianidad no me permito más momentos como éste, en donde tú eres el guía, el hombre, el conductor y yo, compañera, copiloto, tu mujer.
El camino nos pertenece, y yo, te pertenezco a ti.